domingo, 18 de enero de 2009

Domingo II del Tiempo Ordinario

Juan Bautista tenía dos discípulos que le eran especialmente queridos: Andrés y Juan. A ellos les indica que sigan a Jesús, sin saber seguramente que acabarían siendo san Juan Evangelista y san Andrés Apóstol. Para los dos, la experiencia de vivir con Juan Bautista les condujo a la vocación de quedarse con Jesús. Y quedarse, como los amigos, para siempre.

A nosotros nos ha ocurrido algo parecido, pues después de haber sido bautizados, todos estamos llamados a vivir una amistad personal con Jesús, que se va iniciando en esta vida y permanecerá tras ella por toda la eternidad. También nosotros, como Juan y Andrés, tenemos que ir descubriendo poco a poco lo que significa escuchar a Jesús y seguirle. Escuchar cómo nos llama personalmente, por nuestro nombre y apellidos, como Dios llama al pequeño Samuel. Seguirle confiando en El de nuevo cada día e intentando hacer las cosas como El nos ha enseñado.

Saber descubrir la voz de Dios cada jornada, para poder seguir a Jesús en el día a día, se hacen posibles en un momento muy concreto: nuestro tiempo de oración. Allí nos quedamos con Jesús, como Juan y Andrés, y en así El nos irá hablando al corazón para conquistar nuestra amistad.

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